¡Recibe – Comparte!

Queridos hermanos:


Bispevåpen Bernt EidsvigEl Santo Padre Benedicto XVI proclamó el Año de la Fe, que durará desde el 11 de octubre hasta la Fiesta de Cristo Rey en noviembre de 2013, en el aniversario del Concilio Vaticano II y del Catecismo de la Iglesia Católica, con un profundo deseo de que nosotros, como creyentes, redescubramos “el camino de la fe para iluminar de manera cada vez más clara la alegría y el entusiasmo renovado del encuentro con Cristo”.  En pocas palabras,  ¡para que redescubramos la alegría de ser creyentes!

Este es también mi deseo para los católicos de Noruega. Mi esperanza es que muchas personas, tanto individualmente como en comunidad, redescubran lo fundamental e innovador  de  ser cristianos. En el rito del bautismo decimos de los recién bautizados que “ahora se llaman - y lo son en verdad - hijos de Dios”. ¿No es algo maravilloso? ¡Y con frecuencia damos por descontado que se nos permita llamar al Creador del universo como Padre nuestro!

A este reconocimiento de lo que somos, o mejor dicho, de lo que por la gracia de Dios se nos permite ser, no se puede llegar sin el don de la fe. No basta abrir una vez para siempre este regalo que recibimos en el bautismo. Cuando  exploramos  y usamos este don, no lo agotamos, sino que se vuelve cada vez  más grande y más eficaz, ya que siempre  iluminará nuevos aspectos de nosotros mismos, de nuestras vidas y del mundo en que vivimos.

La fe siempre comienza como un regalo. Nadie puede darse a sí mismo este regalo, sino que lo puede acoger y usar por la gracia de Dios, de la cual otros nos han heho partícipes. Así como nosotros hemos recibido el don de la fe de los demás, también nosotros tenemos que darla a los demás para que puedan seguir enriqueciendo sus vidas. Es esto precisamente lo que la Iglesia piensa cuando habla de tradición; la palabra latina traditio  significa “transmisión”. Si no compartimos la fe, no vivimos la tradición que nos identifica. Estamos llamados a dar el regalo de la fe, a compartirlo, y no a permanecer como meros espectadores.

Celebramos este año el 50º aniversario del inicio del Concilio Vaticano II, que se consagró a renovar a la Iglesia y, sobre todo, a lograr que la Iglesia se comunicara con el mundo moderno. La renovación de la Iglesia se produce principalmente a través de la permanente conversión del creyente. Por eso el Santo Padre acentúa que el Año de la Fe es un llamado a una auténtica y renovada conversión. Para que la Iglesia sea considerada como algo sagrado y sea atractiva debemos mostrar vidas santas.

El Año de la Fe es también una celebración del Catecismo Católico, que fue publicado hace 20 años. El Catecismo nos da el conocimiento que necesitamos para poder vivir mejor y dar testimonio de la fe. “El conocimiento de la fe introduce en la totalidad del misterio salvífico revelado por Dios”, dijo el Papa Benedicto XVI cuando proclamó el Año de la Fe. Empleen este año para estudiar con mayor atención tanto los documentos del Concilio como el Catecismo, el libro que el Papa acertadamente llama un verdadero fruto del Concilio.

A los católicos no nos basta estudiar o pensar en la fe. Tenemos que vivir la fe. El acto de fe nunca puede ser un ejercicio abstracto. Contamos con un verdadero tesoro para vivir y crecer en nuestra conciencia cristiana cada día. Permítanme recomendarles que practiquen diariamente algunos sencillos actos de piedad, especialmente en este Año de la Fe. Un católico no debe comenzar su día sin hacer la señal de la cruz y con ello dedicar su día al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. A mediodía, cuando la Iglesia se regocija en su Angelus y recuerda el misterio de la Encarnación, hacemos bien en bajar la cabeza y tener el sí de María en los labios, si bien en silencio.  A las 3 de la tarde podemos una vez más en silencio inclinar la cabeza en señal de gratitud y humildad por el sacrificio de la muerte de Jesús. Al concluir nuestra jornada podemos hacer un breve  examen de conciencia: ¿He tratado de vivir este día como un don de Dios y para Dios? ¿Cómo he experimentado hoy la presencia de Dios? Sin este marco religioso o algo parecido para nuestro día a día de creyentes podemos fácilmente caer en la tibieza e indiferencia.

Otros ejercicios de piedad pueden ser la lectura del Evangelio del día o unirse en oración con el Papa y millones de católicos que a diario rezan por la Iglesia y por el mundo a través del apostolado de la oración. ¿O quizás encontrar la motivación para vivir una vida santa mediante la lectura de la biografía del santo del día? No hace falta que intentes  hacer todos estos actos de piedad; basta que hagas algo para que la fe nunca deje de  influir en tu día y en tu vida, y, a través de ti, en la sociedad en que vivimos. 

Empleemos este año de gracia, que el Santo Padre nos ha concedido, no sólo para celebrar y reflexionar en el don de la fe, sino también para compartirlo con los demás. Celebremos, por tanto, este año bajo el lema: ¡RECIBE – COMPARTE!


Oslo, 10 de octubre de 2012

 + Bernt Eidsvig
Obispo de la diócesis de Oslo